Acabo de asistir en Sitges (28-30 de noviembre 1991) a unas jornadas sobre «Las regiones mediterráneas en una Europa sin fronteras». Fueron intensas, densas y útiles para palpar el interés despertado por el surgimiento del llamado «arco mediterráneo» o «arco latino» y sus perspectivas económicas en el marco de la CEE. No estoy capacitado para hacer una valoración de un evento como éste, por su carácter marcadamente económico, pero quisiera dejar constancia de mis impresiones y de las ideas que me han sugerido.
En su conjunto, las jornadas fueron quizás excesivamente «economicistas» y con un sesgo tal vez académico, más enmarcadas en el ejercicio analítico y especulativo, que en el compromiso propositivo formal (hubo excepciones). Por más, la Economía, tal cual allí se manifestó, se me antoja como una «ciencia laminar» capaz de econtrar la congruencia e interrelaciones perfectamente orquestadas en un estrato o capa, dejando completamente al margen los demás aspectos de la realidad. Es como quien analiza la relación del fuego con el calor, el humo y la luz que despide; explica y predice como funciona el sistema, pero no entra en quién puso la leña y porqué le prendió fuego. Lo que en muchos análisis económicos se toma como origen o causa de lo que luego se estudia e interpreta, es en realidad el efecto de otras causas previas, generalmente de otra cualidad, y en las que a menudo radica el quid del sistema. Esta capacidad de integrar y hacer encajar todo en una lógica —econométrica las más de las veces— tras simplificar excesivamente los parámetros involucrados, conduce a errores de fondo. Lo que no es más que una lectura «estratigráfica y limitada de la realidad, se llega a interpretar como la esencia misma de ella, y se decide en consecuencia.
Toda cultura, evento o modelo social tiene una lectura económica. Lo malo, a mi ver, es que de tanto practicarla, Occidente ha cambiado las ternas y convertido a la Economía en la propia razón de ser; en una cultura en sí misma.
Esta filosofía desviada quedó reflejada en las jornadas. En sus exposiciones, los representantes comunitarios consideraron solo los modelos tendenciales de la economía europea; es decir, aquellos que se ven favorecidos por la mayor eficiencia monetaria (hay algo de razón en hablar de la Europa de los mercaderes). Para salir de los desequilibrios existentes lo que nos sugieren es favorecer y promover más los mecanismos que más producen y así ellos, por arrastre, se encargarán de levantar la situación de los sectores o territorios hoy menos favorecidos. En resumen, más infraestructuras hard y un fuerte impulso político hacia la derecha clásica. Además, el análisis resultó excesivamente endogámico. No se consideraron, por ejemplo, cuáles eran los escenarios en el entorno extra-europeo, ni si la política de continuar impulsando la maquinaria productivista-consumista se puede mantener por mucho tiempo, aun a pesar de la situación de privilegio que viven los países europeos.
El tema ambiental surgió en los discursos programáticos como algo siempre muy importante, pero luego nunca se incorporó a los parámetros empleados. Lo único interesante fué el detectar y reconocer un componente territorial en la política industrial. ¡A buenas horas! En general, el medio ambiente fue pura boquilla o, simplemente, falta de datos o ignorancia sobre como incorporarlo a sus formulaciones. Sirvan de muestra dos ejemplos:
Una profesora catalana planteó la conveniencia de promocionar los «sistemas locales de empresas» (=conjunto de de Pymes semicoordinadas) pues se había demostrado que eran competitivas respecto de las grandes empresas ya que explotaban mejor ciertas deseconomías. Sin embargo, no se percató de que tales deseconomías pudieran ser precisamente las ambientales. En los tratamientos anticontaminación también existe un factor de escala que hace viable la aplicación de estas medidas. En otras palabras, podría darse con facilidad el caso de sistemas locales de empresas que individualmente no rebasasen los requisitos ambientales, pero que, en su conjunto, fuesen del todo contaminantes e indeseables. La mayor competitividad a que aludía la ponente radicaría con seguridad en el ahorro de medidas anticontaminantes a costa del sector público.
El problema de las migraciones externas e internas en la CEE se abordó desde la óptica exclusivamente laboral: exceso y demanda de oferta de trabajo y las demás reglas que, teóricamente, operan en este contexto. Se pasó por alto el hecho de que muchos traslados de familia están teniendo lugar debido a factores estrictamente ambientales (1/3 en los EEUU) y que una mejor calidad ambiental es aceptada ya por muchas personas como valor añadido a su salario. Tampoco percibí preocupación alguna por la fragilidad eco-social europea, que crece a medida que aumenta la probabilidad de que se produzcan catástrofes ambientales que originarían migraciones disruptivas de consecuencias impredecibles.
¿Y Canarias?
El panorama que nos presentaron del futuro desarrollo de Europa no es muy halagüeño para Canarias. Cierto es que los escenarios discutidos fueron solo los tendenciales y que todavía hay muchas incertidumbres en el horizonte (Maastrich, Conferencia de Río, guerra civil soviética, etc.) como para admitir que éstos sean los más probables.
Aun así, se aceptó que Europa (CEE) va a seguir más o menos por los derroteros ya señalados, y éstos apuntan hacia la consolidación del eje de desarrollo Liverpool-Munich, y a lo sumo, a la aparición de un nuevo eje centrado en Milán-Toulouse-Barcelona. La mayoría de las ponencias se centraron en discutir el largo (¿Sevilla?, ¿Roma?) y ancho (¿Madrid?) de este «arco latino», y por más que que señalaron repetidas veces a la cultura como la infraestructura principal en todo sistema de despegue económico, todas las propuestas hechas convergieron sobre infraestructuras «físicas»; carreteras y ferrocarril básicamente (y también algo las comunicaciones).
Canarias está en una situación ultra-periférica. Creo que sería una política absurda intentar meternos en el corazón de la campana de Gauss europea. Por mucho que se acorten las distancias entre los diferentes miembros europeos, nuestra ubicación de «cola de Gauss» no hay quien nos la quite. Sería un error estratégico plantearnos una integración estilo «Baleares en la Europa del año 2000». Me parece preferible abordar una incorporación sui generis, algo así como «Canarias, con la Europa del año 2000»; hacer uso precisamente de la condición de ultraperiferia y especializarnos en esta cualidad. Sacar provecho de las singularidades reales y abundar en ellas en el seno de una Europa que se autodefine, como de la Europa de las regiones y la diversidad.
Siempre he entendido a Europa como una singular inercia histórica y como norte cultural a los que no debemos renunciar. Las nuevas tecnologías en materia de comunicaciones pueden ciertamente acercar las islas a la dinámica europea, pero pensar en una integración en las redes económicas de Europa parece una falacia. Creo que es preferible adoptar una política de «haustorio». Los haustorios son unos tubos conectores que emiten algunas plantas y hongos parásitos y que «enchufan» a las células de las plantas huéspedes, obteniendo de ellas los elementos nutritivos necesarios para construir sus propios tejidos
Esta opción de «parasitismo inteligente» ha de practicarse con cautelas para no dañar al huésped (cosa poco probable) o para herir las susceptibilidades. Permitiría construir con piezas externas el tejido propio acorde a nuestra idiosincrasia, reforzando a la vez nuestras singularidades. Las estrategias parasitarias se pueden adoptar sin tener que se uno un parásito. En realidad, nuestra relación sería a lo más semi-parasitaria o simbiótica, por cuanto Canarias es parte de Europa (=derecho a enchufar el haustorio) y no puede ser vista como un organismo extraño. A cambio, ahí queda nuestra posición de avance europeo en el Atlántico, centro vacacional con estándares comunitarios, etc.
Tal planteamiento no es del todo descabellado y, de hecho, en alguna reunión comunitaria sobre la que nos hablaron en la mesa redonda final, se barajaron otros escenarios además del tendencial. Uno de ellos, alternativo, consistiría en el funcionamiento de dos polos adicionales o focos de desarrollo como puentes hacia las zonas que han quedado colgadas: uno para el sur (polo en Sevilla) y otro para el norte (polo en ¿Moscú?). Este esquema no cambiaría mucho la actual situación de Canarias.
Otra propuesta, la más interesante, fue el «modelo de la diversidad»: una Europa con multitud de puntos de desarrollo pequeños y heterogéneos, que sería sin duda más sustentable culturalmente y quizás también ecológicamente. Es el modelo más utópico, pero Canarias debería apoyarlo pues es el que más converge con los intereses globales de regiones archipelágicas diferenciadas y distanciadas.
Antonio Machado Carrillo
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