No hay productos letales sino dosis letales. Este aforismo tan al uso en temas de contaminación es perfectamente extrapolable al turismo. Y en Canarias nos estamos pasando en la dosis. Mientras, voces locales siguen pidiendo más y más turismo para las islas. ¿Aumentar?, hasta dónde, hasta cuándo…
Hace ya demasiado tiempo que se vienen denunciando los inequívocos síntomas de deterioro ambiental provocados por el turismo; demandas de poner freno a la sobresaturación de un «producto» que, sin ser malo en si mismo, puede causar nuestra ruina a la vez que la suya propia. Apelaciones a la cautela y a la mesura. Apelaciones sin eco.
Estos días se hablará en Lanzarote de turismo sostenible. Estos días se hablará de falacias, al menos para Canarias. Puede que el Hierro y La Palma estén aún en condiciones de aprovechar tan sensatos conceptos. Pero ¿qué va a pasar con las demás islas donde la rosca ya está loca de tantas vueltas que le ha dado el turismo? Ya cayó la costa, ahora le toca al interior.
Después no habrá después.
Cuando alguien vende los encantos de su cuerpo a un tercero por dinero, se habla de prostitución. Pues yo denuncio a nuestras islas putas y con ello -allí donde estén- a los alcahuetes y meretrices que llenan sus bolsillos a costa de la explotación inmisericorde de la naturaleza canaria, de su suelo, de sus especies y de las señas de identidad de una sociedad isleñas acuñadas a los largo de muchos años de feliz y penosa historia.
¡Basta ya de llenar las islas de pueblos de plástico! ¡Basta ya de plagar el paisaje con letreros en lenguas extranjeras! ¡Basta ya de vender las islas! Y no confundamos la hospitalidad y el servicio con el servilismo, vasallo de la indignidad de un pueblo.
No más hipocresía.
Deja una respuesta