A menudo, para entender situaciones complejas, es necesario recurrir a los principios simples que en ellas subyacen y las determinan, y que normalmente encontramos en las ciencias llamadas “duras”, como la Física y, particularmente, en la Termodinámica.
La Ecología, con el apoyo de la Termodinámica, nos explica que un ecosistema evoluciona de modo natural desde estados juveniles, muy energéticos, disipativos y simples (baja diversidad), hacia estados de madurez , más autoorganizados, menos dinámicos y mucho más diversos y estructurados. Este proceso, que conocemos por sucesión ecológica, lleva pues el sistema hacia un estado en que se maximiza el rendimiento de la energía disponible para mantener una biomasa dada; estado que tiende a mantenerse en el tiempo y a enriquecerse en estructura y diversidad con el transcurso del tiempo a otra escala mayor (evolución).
Cualquier perturbación importante o entrada de energía adicional al sistema que supere la energía de cohesión de sus elementos (rebasa la resiliencia), provocará una reversión ─brusca o paulatina─ del sistema hacia estados de mayor juventud.
Considerada la tierra en su conjunto como un ecosistema, parece claro que la civilización viene insuflando energía adicional al sistema, sobre todo en las dos últimas centurias (civilización termoindustrial). Consecuentemente, el sistema se rejuvenece y, con ello, pierde diversidad. En otras palabras, la civilización (= energía) rejuvenece el ecosistema-planeta, oxida la biosfera y devora biodiversidad. Así, pues, si lo que se pretende es que no haya pérdida de biodiversidad, habría que suprimir la entrada de energía adicional al sistema.
Esta sencilla relación entre energía adicional y merma en diversidad parece ser desconocida por la política ambiental de la Unión Europea, que se ha fijado como objetivo, el detener la tendencia en pérdida de biodiversidad para el año 2010. Este objetivo es, según se ha expuesto, una falacia, pues el revertir el signo de la sucesión implicaría la renuncia al desarrollo tal como lo entendemos (= consumo de energía).
La nueva política de integración de los objetivos ambientales ─biodiversidad incluida en las políticas sectoriales, se centra en las políticas agrarias, de desarrollo rural, pesquerías y aspectos territoriales. La política energética es considerada en menor nivel y según concierne por su potencial de contaminación, quedando al margen su papel determinante en el rejuvenecimiento y simplificación de la diversidad natural del sistema (Europa, en este caso).
La mejor inversión en biodiversidad para la Unión sería aquella encaminada hacia la reducción de la liberación de energía en el sistema (= consumo energético), independiente de la fuente externa empleada (aunque siempre será preferible una fuente no contaminante). Este objetivo no tiene por qué llevar aparejado una reducción en los bienes y comodidades que la sociedad obtiene de dicho consumo energético. Un mejor uso de la información (del conocimiento) permite optimizar el rendimiento energético de los procesos. Así hace la naturaleza en los estados maduros de los ecosistemas (se mantiene el máximo con el mínimo de energía), y esta sería una buena estrategia a seguir.
En definitiva, una política europea de sustentabilidad que incluya el mantenimiento del máximo de biodiversidad posible, habría de centrarse en ”la reducción del consumo energético combinada con la mejora de la eficiencia energética, basada en el conocimiento”; un claro y crucial objetivo complementario para la política de I+D.
Antonio Machado
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